viernes, marzo 05, 2010

De Cicerón a León Felipe. Retrato de la España de hoy

La honradez y la valentia que inspiraron el discurso de Ciceron contra Catilina y la debilidad de las intituciones para condenar a los conspiradores siguen siendo válidas para los tiempos que vivimos. Lástima que rodeados de Catilinas no tengamos ningún Ciceron:

¿Es que no te han impresionado nada, ni la guardia nocturna del Palatino ni las patrullas vigilantes de la ciudad ni el temor del pueblo ni la afluencia de todos los buenos ciudadanos ni este bien defendido lugar -donde se reúne el senado- ni las miradas expresivas de los presentes? ¿No te das cuenta de que tus maquinaciones están descubiertas? ¿No adviertes que tu conjuración, controlada ya por el conocimiento de todos éstos, no tiene salida? ¿Quién de nosotros te crees tú que ignora qué hiciste anoche y qué anteanoche, dónde estuviste, a quiénes reuniste y qué determinación tomaste?

Ciceron espoleó a las instituciones para que reaccionaran con firmeza ante el conspirador. Y Cicerón, amenazado de muerte, se quedó solo:

¡Qué tiempos! ¡Qué costumbres! El senado conoce todo eso y el cónsul lo está viendo. Sin embargo este individuo vive. ¿Que si vive? Mucho más: incluso se persona en el senado; participa en un consejo de interés público; señala y destina a la muerte, con sus propios ojos, a cada uno de nosotros. Pero a nosotros -todos unos hombres- con resguardarnos de las locas acometidas de ese sujeto, nos parece que hacemos bastante en pro de la república. Convenía, desde hace ya tiempo, Catilina, que, por mandato del cónsul, te condujeran a la muerte y que se hiciera recaer sobre tí esa desgracia que tú, ya hace días, estás maquinando contra todos nosotros.

En esta España nuestra, hace tan sólo unas décadas, Leon Felipe, lo decía de otra manera:

Por la manchega llanura
se vuelve a ver la figura
de Don Quijote pasar...
va cargado de amargura...
va, vencido, el caballero de retorno a su lugar
.

Y es que en esta España con tradición de Quijotes y de Inquisición siempre pierden los mismos.

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