La Diada de Sant Jordi, el día del libro por antonomasia, me ha dejado un ligero sabor agridulce, inclasificable con sentimientos encontrados y contradictorios.
Es bello ver decenas de miles de personas que se acercan, hojean y compran centenares de miles libros para regalárselos las unas a las otras. Pero es decepcionante observar como hay dos clases de creadores: los mediáticos y famosos, autores (¿?) de libros banales que se hartan de vender la nada de un humo huero y los artesanos de la palabra que son la comparsa de los primeros.
El libro, así tratado, deja de ser objeto de cultura y se transforma, gracias al marketing, en objeto de consumo nada diferente del Roscón de Reyes, de la coca de Sant Joan o la corbata del Día del Padre.
Felicidades a los que compraron y a los que les regalaron un libro sobretodo si se lo leen, y cualquier día le dan continuidad y vuelven a comprar otro, aunque no esté el autor para firmarlo.
Es bello ver decenas de miles de personas que se acercan, hojean y compran centenares de miles libros para regalárselos las unas a las otras. Pero es decepcionante observar como hay dos clases de creadores: los mediáticos y famosos, autores (¿?) de libros banales que se hartan de vender la nada de un humo huero y los artesanos de la palabra que son la comparsa de los primeros.
El libro, así tratado, deja de ser objeto de cultura y se transforma, gracias al marketing, en objeto de consumo nada diferente del Roscón de Reyes, de la coca de Sant Joan o la corbata del Día del Padre.
Felicidades a los que compraron y a los que les regalaron un libro sobretodo si se lo leen, y cualquier día le dan continuidad y vuelven a comprar otro, aunque no esté el autor para firmarlo.
A última hora pude ver a Sisa entonando Sempre tindrem motius per follar com folls, fue un final feliz surrealista, iconoclasta y creativo. Menos mal.
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