martes, enero 12, 2010

¿Capitalismo? No, gracias

“Con la economía convertida en última razón, la riqueza en valor supremo y el dimero como prioridad, la incertidumbre se adueña de los ciudadanos” (Joaquin Estefanía). Esta es la lógica del sistema capitalista, es decir, de nuestra economía. Por sus leyes nos regimos y a sus normas estamos sometidos.
Tal vez, porque se encuentra en la cima de la pirámide, olvidamos lo obvio y consustancial del capitalismo, su objetivo único: maximizar la producción y el beneficio, incrementándolas permanentemente hasta el infinito. Es una lógica irracional e imposible, pero nos han hecho creer que es la única posible: que sin crecimiento no habrá empleo, que sin beneficios económicos el bienestar es imposible.
Ignoran y niegan que la economía de mercado, tal y como está planteada, permite que la racionalidad económica sea independiente de las necesidades sociales, que frente a estas impera el beneficio económico que sólo es para unos pocos. El mercado crea zonas de exclusión social y enormes bolsas de excluidos a los que, al mismo tiempo, culpabiliza de su situación como si la pobreza fuera un bien aceptado por los que la padecen y aceptable socialmente.
En el contexto social que nos ha tocado vivir los liberales siguen apostando por una regulación económica basada en las leyes del mercado, de la oferta y la demanda, ocultando que esta última suele ser, en la mayoría de los casos, una demanda inducida artificialmente basada en el consumo permanente de bienes y servicios. Los socialdemócratas no saben como conjurar los desequilibrios del tremendo gasto del Estado del Bienestar y han acabado aceptando el libre juego de las relaciones establecidas por el mercado.
Si hay alternativas
¿Es que acaso no hay solución y es verdad que el mercado ha de ser el único ente regulador de las relaciones económicas? Así será mientras el pensamiento continúe inhibido y el miedo paralice la ilusión de buscar alternativas al desbarajuste en el que nos encontramos. Mientras no pongamos sobre la mesa verdades que durante décadas fueron obvias, pero que ahora permanecen silenciadas. Por ejemplo, muchos creímos y apostamos, en su momento, por la reducción el tiempo de trabajo como método de hacer llegar a la humanidad el beneficio del progreso tecnológico y científico, lo cual, entre otras cosas, significaba un incremento del número de puestos de trabajo -pensemos que el esquema de ocho horas para trabajar, ocho para dormir y ocho de tiempo libre, supuso crear tres turnos de trabajo en la industria, ahora sería lógico y humano que el incremento de la productividad consecuencia del progreso tecnológico se redistribuyera de nuevo y crear cuatro turnos, o que las maratonianas jornadas de trabajo del comercio también estuvieran reguladas en jornadas de dos turnos-. ¿Qué conseguiríamos con ello?Algo elemental y obvio: reducir el numero de desempleados redistribuir los incrementos de productividad que suponen las nuevas tecnologías; incrementar el número de contribuyentes; potenciar la oferta de servicios dedicados al ocio y la cultura ¿no es justo la tecnología libere al ser humano de tiempo de trabajo y le ofrezca tiempo para su desarrollo y crecimiento personal?.
Enfrente tenemos el egoísmo de los que se han apropiado de estas tecnologías como si fueran suyas en exclusiva. Los mismos que no quieren una sociedad de personas libres, sino de personas sumisas incapaces de decidir por ellas mismas. Son los que propugnan que el trabajo es una mercancía en lugar de un derecho, los que predican que la riqueza los crean los empresarios y no el trabajo. ¿De qué vale una inversión sino hay personas dispuestas a producir? Las más maravillosa de las fábricas no genera nada sin el trabajo y el esfuerzo de las personas que día a día van a trabajar.

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