A falta de un nuevo concepto económico que supere las viejas y clásicas definiciones la opción entre Economía Social de Mercado y Economía de Mercado podría ser un punto de partida del debate que nos ayude a configurar el modelo de sociedad a la que aspiramos.
Evidentemente, el concepto de Economía Social de Mercado debe ser releído a la luz de las necesidades sociales actuales relegando su origen e inspiración social cristiana a un segundo plano.
En Europa, hemos superado con éxito y aceptables cotas de bienestar y justicia diversas fases históricas y estadios económicos que determinaron las necesidades del momento - destrucción y reconstrucción europea y guerra fría-. Hoy, nos encontramos ante otros retos que es necesario definir y articular.
El modelo económico determina y configura el modelo social, ya que la economía opera en la superestructura ideológica y, por lo tanto, conforma valores sociales y comportamientos individuales. Decantarse por un modelo económico u otro tendrá consecuencias en el modelo de producción, en las relaciones laborales, en la organización social, en la educación y formación para el trabajo, en las actitudes y comportamientos individuales…
Combatir los desequilibrios
El liberalismo económico se fundamenta en tres principios básicos:
1.- El crecimiento económico es y debe ser ilimitado para asegurar la creación de riqueza y de puestos de trabajo. No existe ningún tipo de previsión macroeconómica en la que el escenario de futuro no sea de aumento del crecimiento económico. Es más, aún con tasas de crecimiento positivas podemos tener destrucción de puestos de trabajo y merma de la actividad económica.
2.- El elemento central del crecimiento económico es el consumo permanente de bienes y servicios en todas las modalidades posibles.
3.- Existe una confianza ciega en el uso de la ciencia y de la técnica para solucionar cualquier problema al que el hombre se enfrenta.
Estos principios transformados en leyes fundamentales del funcionamiento económico de nuestras sociedades deben ser analizados y contrapuestos a realidades que ignoran.
1.- Crecimiento económico ilimitado
Vivimos en un planeta finito y, por lo tanto, los recursos (materias primas) son limitados. De aceptar la verdad de esta primera ley y no la evidencia de que el planeta tiene los recursos que tiene y no hay más que lo que hay, podemos inferir que de continuar aumentado el consumo de recursos llegará un momento es que estos se agotarán.
2.- Consumo permanente
La necesidad de disponer en todo momento del producto que incluye la última novedad (tecnológica, estética, funcional,…) implica que la vida útil de los bienes quede reducida al deseo de cambio y sustitución y no a la operabilidad de los mismos. El dilema es consumo responsable o sociedad del despilfarro.
3.-La ciencia tiene la solución
La ciencia y la técnica no pueden solucionar cualquier problema derivado de la actividad del ser humano. ¿Acaso disponemos de los medios con los que invertir el cambio climático y sus consecuencias como inundaciones, sequías, deshielo de los casquetes polares, desaparición de selvas,…? ¿Podemos eliminar la radioactividad de las áreas contaminadas por el accidente de Chernóbil, por ejemplo?
Asegurar el futuro
El futuro, incluido el económico, deberá de empezar a trabajar con otras hipótesis:
No podemos agotar los recursos (materias primas disponibles).
Se ha de mantener el equilibrio natural del planeta y su biodiversidad.
El progreso económico y social forman son algo intrínseco al ser humano. No podemos frenarlos, al contrario, hemos de garantizar su avance ya que significan hacer realidad la más íntima aspiración el ser humano: Vivir mejor.
Por una parte, deberíamos redefinir y actualizar los principios que inspiraron la Economía Social de Mercado –la que mayores cotas de progreso y bienestar ha creado- ; y por otra, recuperar la función social de la actividad económica.
En este contexto se ha de recuperar el protagonismo de los poderes públicos para regular y ordenar la economía, para combatir las desigualdades y fracturas que el libre mercado crea entre las personas y entre los pueblos y la voracidad de un sistema productivo que puede acabar fagocitando los recursos del planeta.
El trabajo no puede ser entendido únicamente como una mercancía o factor de producción, hay que recuperar la acepción primigenia del valor social del progreso y del desarrollo individual y colectivo. Las empresas además de perseguir el beneficio económico han de incorporar valores de responsabilidad social en sus relaciones internas, con los consumidores, compromiso con el entorno,…
Tal vez no deberíamos olvidar el artículo 128 de la Constitución: Toda la riqueza del país en sus diversas formas, sea cual sea la titularidad, queda subordinada al interés general.
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